Barra de bar

-¿No te parece que esa camarera es muy guapa? -le comenté a Maricarmen.
-¡Y tanto! vas a ver cómo te la presento -me dijo ella, con su acento andaluz.
-¡Qué dices! no es
necesario -le respondí.
Guardé la cámara
en mi mochila, ya tenía suficientes fotos. A pesar de que la escasa
iluminación no había jugado a mi favor, confiaba en tener alguna
buena instantánea del concierto. La música, de tipo pop español,
contrastaba enormemente con el heavy metal, que hacía un rato había
estando castigando los altavoces. Las luces y el alcohol, me
empezaban a hacer sentir ligeramente embriagado.
-¡Vamos!.Te invito
una cerveza -me dijo Maricarmen.
-¡Ok! -asentí y la
seguí abriéndonos paso rumbo a la barra.
-¿Qué os pongo
chicos? -nos preguntó sonriente una de las camareras.
-Queremos que nos
atienda tu compañera -dijo Maricarmen con una sonrisa de seguridad.
Yo ya empezaba a adivinar su intención.
-No hay problema
-dijo la camarera, alejándose y comentándole algo a la otra que
esperaba metros más allá.
-¡Oye! ¿qué vas a
hacer? -pregunté retóricamente a Maricarmen.
-¡Tú tranquilo
tronco!, confía en mí -respondió.
La otra camarera se
acercó. Tendría treinta y muchos años de edad, cabello negro liso,
labios rojos y vestía un ceñido traje negro. Con sus grandes ojos
nos miró con curiosidad.
-¡Guapa!... mi
amigo quiere decirte algo -comentó Maricarmen.
La embriaguez y mis
nervios no fueron una buena combinación. Mi discurso anti
cosificación femenina tropezó
estrepitosamente con la torpeza y mi nula experiencia en
situaciones similares.
-¿Sí? -dijo ella
acercándose todo lo que permitía la barra, mientras yo intentaba no
mirarle el escote.
-Eres la
más...¡trabajadora! -dije torpemente, arrepintiéndome de cada
palabra conforme éstas salían de mi boca.
La mujer nos miró.
Nos sonrió cortésmente y se alejó en cuanto le pedimos las
cervezas. Maricarmen no podía contener la
risa. Aunque la observación era correcta (bastaba con verla
trabajar), fue tan inútil e innecesaria, como usar la informática para ligar en una discoteca.
Era la era
pre-cuarentena: noches de conciertos, salas con gente sudorosa, cerveza y
música alta. Ahora soy yo el que no puede contener la risa cuando lo
recuerda.