martes, enero 26, 2010

Lágrimas

Miguel colgó el teléfono mientras notaba un calor ascendiendo desde su vientre. Imaginó a Connie desnuda en brazos de otro hombre. Empezó a preguntarse si ella lo estaría besando con la misma pasión que solía demostrarle. El corazón se le hundía más, conforme su imaginación volaba. No podía evitarlo, le había encontrado un gusto torturador a ese -cada vez más conocido- dolor. Apretó los dientes, cerró los ojos, y no pasó nada. Se desilusionó de no poder acompañar con lágrimas a su descompuesta expresión. Se cuestionó si realmente amaba a Connie. Se respondió a sí mismo que claro que la amaba. Después de todo, había estado dispuesto a dejar su trabajo, familia y amigos para ir a vivir con ella en Buenos Aires. -Entonces ¿por qué no podía llorar?- se preguntó otra vez. -¿Sería acaso un mal sueño?

un año antes...

Miguel dio una calada al porro que fumaba y se estiró desnudo en la cama. A su lado Connie le preguntó por su expresión. -Mi abuelo ha fallecido- contestó Miguel. -Hacía meses que no lo veía, casi desde que regresamos de Buenos Aires, donde te conocí-. Se quedaron mirando el techo unos minutos que parecían pasar muy lentamente bajo los efectos de lo que fumaban. Connie lo abrazó con su cuerpo tibio y Miguel dijo debilmente: -No puedo llorar-.

diez años antes...

Miguel se miró al espejo. Examinó su cabello enjuto y el rostro de adolescente castigado por el acné. Relacionó su aspecto con el poco éxito que tenía con las muchachas. Se sintió solo y poco querido a sus 17 años. Quiso liberar aquel dolor, apretó los dientes, pero no pudo llorar.

siete años antes...

El puño de aquel niño se hundió en el vientre de Miguel y lo dejó sin aire. Con mucho esfuerzo se reincorporó y trato de entender por qué le hacían tal cosa. El eco de esas voces y el agua cayendo de una grifería malograda, apagaron sus palabras. Los muchachos que lo retenían en el baño inspeccionaron su mochila y extrajeron el sandwich que había preparado su madre. Sintió que manos desconocidas recorrían su cuerpo de niño y sintió verguenza. Regresando a casa, no se lo dijo a nadie. Cuando se acostó en su cama, pensando en el abuso sufrido, no pudo soltar lágrima alguna.

Esa mañana...

La película estaba por concluir, el fondo musical -compuesto de cuerdas- ejecutaban intensas melodías que acompañaban la escena final, en ella, el protagonista -convertido en anciano- terminaba su gran aventura personal, recordando intensamente cada persona que conocío.

La pantalla de créditos finales apareció y con él, una solitaria lágrima descendió sorpresivamente por la mejilla de Miguel. La sorpresa se convirtió en temor cuando esa lágrima se vio acompañada de otra. Y otra.

La liberación de años de dureza, se abrió paso en forma descontrolada y violenta con cada bocanada de aire que Miguel tomaba esa noche. Desde lo más profundo de su alma, un dolor reprimido hizo que Miguel llorara y golpeara todo lo que tenía a su alcance. El llanto le hizo perder la noción del tiempo. Miguel no supo explicar, más tarde, a su psicoanalista, si lloró horas, días o semanas. Solamente pudo contarle que pasó mucho tiempo, doblado sobre sí mismo en aquella habitación, de ese país extraño. Donde había terminado viviendo -casi sin pensarlo- siguiendo a su corazón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tienes muchisimo talento para escribir y trasmitir sentimientos .
si reflejas en esta nota alguna vivencia, siento el gran deseo de unirme a ti en un gran abrazo y aunque no derrame una sóla lagrima como Miguel, decirte que te quiero, porque ERES MI GRAN HERMANO.y cuanto daria por defender a Miguel en el momento que fue víctima del robo del pan.

Hermano Gato de Barrios A.