martes, abril 13, 2010

Espiral

Los rayos de sol se filtraba por la ventana. Miguel se frotó los ojos para despertarse completamente. En el ambiente contíguo, se oía a Connie ocupada en la cocina. Él se incorporó intentando encontrar su boxer debajo de las sábanas.

-Malditos boxers, siempre se esconden cuando los busco- pensó.

Se dirigió a la cocina, mientras sentía que los minutos avanzaban velozmente.

-Debes preparate. La gente no tardará en llegar- dijo Connie.
-Si claro- respondio Miguel, tratando de recordar de quiénes se trataba

Horas más tarde, el Sol brillante en lo alto, la gente estaba sentada en las mesas o reunida en grupos charlando. Una música nostálgica sonaba de fondo, mientras unos iban y venía saludando a Miguel. No recordaba cuándo fue la ultima vez que vio a tantos rostros familiares en un mismo lugar.

-¡Pero si es Marcos! ¡Cómo has llegado hasta acá hombre!
-No podía faltar- dijo él, dándole una palmada en el hombro.
-Wow.. esto es muy loco... que gusto verte. Hacía mucho tiempo- dijo Miguel, sorprendido.
-Así es brother... ¿ya ha llegado Fátima?, me dijo que vendría.
-¿Qué? ¿Connie la ha invitado?- preguntó Miguel.
-¡Claro tonto!. Pero ¿sabes?. Quién no pensé que vendría era Camila.
-¡No jodas!... ¿ha venido? no la he visto aún.
-¡Si! Estaba en la entrada, vino acompañada. También me crucé con tu Belinda, pero no sé si entendió "my bad english".
-¿Esto es muy surrealista no?- dijo Miguel.

Connie interrumpió la conversación:

-Amor, hay alguien que te gustará ver, Sígueme.

Lo guió por un costado del jardin, la casa parecía más grande e irreconocible que otras veces. Bordearon el jardín entre grupos de parientes que saludaban a Miguel mientras él pasaba cerca a ellos. Sus amigos de la universidad alzaron unas copas cuando lo vieron pasar. Más allá su primera banda de rock le hicieron una señal con la cabeza. No muy lejos, algunos chicos de su antiguo barrio le sonrieron. Miguel no salía de su asombro y tampoco alcanzaba a recordar sus nombres.

-Cónnie esto es raro. ¿Cómo has podido reunir a todos ellos? -preguntó Miguel.
-La situación lo ameritaba- contestó ella.

Se detuvieron detras de una pareja de ancianos que voltearon al sentirlos llegar. Miguel sintió que su corazón aceleró cuando su abuelo le dirigió la palabra. Ambos llevaban cerca de diez años fallecidos.

-¿Cómo es posible?- dijo Miguel, retrocediendo con miedo.
-Miguelito no debes tener miedo.

Miguel empezó a asociar ideas: su falta de memoria, la gente que había venido a verlo desde tan lejos. Comenzaba a tener una idea de lo qué pasaba.

-¿Estoy muerto?- preguntó

Connie a su lado con rostro cambiado. Asintió con la cabeza.

-Te estas despidiendo de la gente que fue importante en tu vida- explicó Connie.
-¿Pero cómo fue? ¿qué me pasó? no recuerdo nada-
-Fue una motocicleta- dijo Connie tristemente.
-Pero si yo no tengo motocicleta, ni sé conducir una- replicó Miguel.
-No la conducías tu- contestó su abuelo
-¿Y ahora? ¿qué debo hacer? -preguntó Miguel.
-La vida gira formando un espiral, para aprender de los errores. ¿Llegaste a encontrar el tuyo?.

Miguel abrió los ojos y despertó en su habitación, con el sol que le daba de lleno en el rostro. Respiró profundamente y sintió alivio de haya sido un sueño. Fijó su mirada en el póster de M.C. Echer pegado a la pared: "Simetrías". Belinda hacía unos días que se había marchado. Connie hacía un año que estaba en algún país del tercer mundo, quizás, con un nuevo y exótico novio. La cama parecía más grande que nunca.

Más tarde, caminando hacia el supermercado, con los pensamientos en las nubes, no se percató en unos de los tantos grafittis que solían estar dibujados en el vecindario. El mensaje no se distinguía con claridad, pero lo que si se notaba, aún, era un curioso espiral de color naranja que resaltaba en la sucia pared.

jueves, febrero 11, 2010

La moneda de Camila

-¿Y que harás en Australia?- preguntó Miguel.
-Trataré de estudiar inglés, no puedo trabajar aún. Así que iré a clases- respondió Camila.
-Es algo raro ¿no?, te conozco poco tiempo, pero siento que te extrañaré. Nos hemos hecho buenos amigos- dijo él, sonriéndole.
-Si, vamos a ver qué pasa. Yo también te extrañaré- afirmó Camila, tratando de disimular su rubor.

La noche siguiente, en el aeropuerto. Camila dejaba todo listo para tomar el vuelo intercontinental hacia Melbourne, donde pasaría una temporada en casa de su hermana mayor.

-No voy a necesitar estas monedas que me han quedado en la cartera. ¿No las quieres?- preguntó Camila
-Tengo suficientes. Mi trabajo me lo permite- bromeó Miguel -Guárdalas para cuando regreses-
-No sé si regresaré, anda quédate aunque sea con una- dijo ella.
-mmm....está bien, pero quiero que le hagas una marca, así no termino pagando un cigarrillo con ellas. Además te la podré devolver cuando te vea de nuevo – dijo él.

Camila, apagó el cigarrillo, sacó un lapiz de labio de la cartera y dibujó un smile sobre la moneda de un nuevo sol, alcanzándosela a Miguel inmediatamente. Él guardó la moneda en su bolsillo y se despidió de Camila con un largo abrazo, mientras le susurraba al oído: “Quiero tener noticias tuyas para sentirme orgulloso”.

Minutos mas tarde, Camila, ubicada en la cabina del avión, pensaba cómo era posible que ese tal Miguel -que parecía tan interesante- haya sido dejado por su antigua novia, como él le había contado. -Ni bien llegue a casa de mi hermana, le escribiré un email- pensó ella. El avion aceleró con fuerza e inició su ascenso, mientras Camila, mirando las luces de Lima desde la ventanilla, sintió un hormigueo en el estómago que no supo distinguir si era causado por el vuelo o por este chico que dejaba en tierra.

Miguel, ya en su departamento, cogió un pedazo de papel y escribió el nombre de Camila junto a la fecha y la frase “...de Camila antes de irse a Australia”. Colocó la moneda en un envase de plástico y lo acomodó en el estante. -Mañana le escribiré un mail, esta chica tiene un gran corazón y es muy linda- se dijo Miguel. Mientras sentía un familiar hormigueo en el estómago del cual tampoco supo distinguir la causa.

martes, febrero 02, 2010

Una vez más


Una vez más, que se convierte en experiencia.
Una vez más, que no suma, sino que resta.
Una vez más, que se lleva un poco de mí.
Una vez más, que convoca espectros.
Una vez más, no tan desconocida para mí,
Una vez más, que es sorprendente e inesperada.
Una vez más, que tira las bridas y me hace desmontar.
Una vez más, que me obliga a pensar qué es lo que hago mal.
Una vez más, donde lo más importante de mi vida...debo ser yo.

martes, enero 26, 2010

Lágrimas

Miguel colgó el teléfono mientras notaba un calor ascendiendo desde su vientre. Imaginó a Connie desnuda en brazos de otro hombre. Empezó a preguntarse si ella lo estaría besando con la misma pasión que solía demostrarle. El corazón se le hundía más, conforme su imaginación volaba. No podía evitarlo, le había encontrado un gusto torturador a ese -cada vez más conocido- dolor. Apretó los dientes, cerró los ojos, y no pasó nada. Se desilusionó de no poder acompañar con lágrimas a su descompuesta expresión. Se cuestionó si realmente amaba a Connie. Se respondió a sí mismo que claro que la amaba. Después de todo, había estado dispuesto a dejar su trabajo, familia y amigos para ir a vivir con ella en Buenos Aires. -Entonces ¿por qué no podía llorar?- se preguntó otra vez. -¿Sería acaso un mal sueño?

un año antes...

Miguel dio una calada al porro que fumaba y se estiró desnudo en la cama. A su lado Connie le preguntó por su expresión. -Mi abuelo ha fallecido- contestó Miguel. -Hacía meses que no lo veía, casi desde que regresamos de Buenos Aires, donde te conocí-. Se quedaron mirando el techo unos minutos que parecían pasar muy lentamente bajo los efectos de lo que fumaban. Connie lo abrazó con su cuerpo tibio y Miguel dijo debilmente: -No puedo llorar-.

diez años antes...

Miguel se miró al espejo. Examinó su cabello enjuto y el rostro de adolescente castigado por el acné. Relacionó su aspecto con el poco éxito que tenía con las muchachas. Se sintió solo y poco querido a sus 17 años. Quiso liberar aquel dolor, apretó los dientes, pero no pudo llorar.

siete años antes...

El puño de aquel niño se hundió en el vientre de Miguel y lo dejó sin aire. Con mucho esfuerzo se reincorporó y trato de entender por qué le hacían tal cosa. El eco de esas voces y el agua cayendo de una grifería malograda, apagaron sus palabras. Los muchachos que lo retenían en el baño inspeccionaron su mochila y extrajeron el sandwich que había preparado su madre. Sintió que manos desconocidas recorrían su cuerpo de niño y sintió verguenza. Regresando a casa, no se lo dijo a nadie. Cuando se acostó en su cama, pensando en el abuso sufrido, no pudo soltar lágrima alguna.

Esa mañana...

La película estaba por concluir, el fondo musical -compuesto de cuerdas- ejecutaban intensas melodías que acompañaban la escena final, en ella, el protagonista -convertido en anciano- terminaba su gran aventura personal, recordando intensamente cada persona que conocío.

La pantalla de créditos finales apareció y con él, una solitaria lágrima descendió sorpresivamente por la mejilla de Miguel. La sorpresa se convirtió en temor cuando esa lágrima se vio acompañada de otra. Y otra.

La liberación de años de dureza, se abrió paso en forma descontrolada y violenta con cada bocanada de aire que Miguel tomaba esa noche. Desde lo más profundo de su alma, un dolor reprimido hizo que Miguel llorara y golpeara todo lo que tenía a su alcance. El llanto le hizo perder la noción del tiempo. Miguel no supo explicar, más tarde, a su psicoanalista, si lloró horas, días o semanas. Solamente pudo contarle que pasó mucho tiempo, doblado sobre sí mismo en aquella habitación, de ese país extraño. Donde había terminado viviendo -casi sin pensarlo- siguiendo a su corazón.

sábado, noviembre 21, 2009

Foto mental


Miguel extendió sus manos formando un rectángulo con el índice y el pulgar, cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir. Encuadró aquel instante, como siempre lo hacía con aquellos momentos que deseaba inmortalizar en su memoria. Con un poco de esfuerzo podía recordar cuándo empezó a tomar esas instantáneas personales.

Belinda le quedó mirando con sus impresionantes ojos verdes. El ordenador mostraba formas danzantes y coloridas al compás de la música. Las velas sobre la mesa ofrecían la iluminación suficiente para que la escena se hiciera sincera y perfecta.

El tiempo se detuvo por un instante, Miguel guardó su instantánea mental y pensó en cuánto la echaría de menos.

-Extrañaré estos momentos Belinda -dijo Miguel, en inglés.
-I know, me too. You're so cute - respondió ella.

Regresando en su auto, trató de contar cuántas veces había hecho instantaneas mentales: Recordaba cada una ellas: La primera que hizo en Barranco, con un pisco sour y Fátima. Recordaba también, la que hizo en casa de Camila -la siemrpe dulce Camila-, despidiéndose antes que ella partiera a Australia.
Cómo no recordar la que le hizo a Connie, la linda gaucha que conoció los meses que estuvo en Buenos Aires y, claro, la que le tomó a Carmen en LarcoMar contándole, delante de un café-moca, que dejaba definitivamente el Perú.

Cinco años después y un par de nuevas cicatrices en el corazón, habían hecho olvidar los -ahora lejanos- recuerdos de Fátima. El tiempo no había pasado en vano.

Miguel aparcó delante de su edificio y descendió del auto. La luna en el cielo brillaba con gran detalle, ofreciendo su embriagadora belleza a quien se detuviera a verla. Cosa que Miguel no pudo resistir.

La noche corría apacible en aquel silencioso pueblo europeo, mientras pocos transeúntes reparaban en aquel hombre que, con los brazos estirados y los ojos cerrados, formaba una extraña figura rectangular apuntando al cielo.